Por: Edgar Frías Borja
De acuerdo a cómo van las cosas en nuestro país, vale la pena afirmar que solo la educación nos salvará, no solo de la ignorancia, sino también de la manipulación, la alienación y la venta de falsas ilusiones.
Ahora que ya hemos entrado en la segunda fase de las elecciones presidenciales, la demagogia, el lavado del cerebro, las falsas promesas, son el pan de cada día que nos venden los candidatos finalistas. ¿A cuál de los dos creer? Bueno, ahí entra en juego no solo nuestra intuición innata, sino la educación que poseemos para logra discernir entre los que es ofrecer el oro y el moro y la certeza de que ello se cumpla.
De este baratillo de ofertas, las víctimas más propicias son los jóvenes, que aún son noveles en el quehacer político o democrático. Ellos, lógicamente se entusiasman frente a los cantos de sirena, sin percatarse que unos suenan bonitos, mientras otros son estrafalarios, discordantes y ajenos a la realidad en la que nos desenvolvemos.
Y porque digo que, muchas de las ofertas son demagógicas, irreales y pertenecientes a otras galaxias, porque están muy lejanas de ser cumplidas; y también, porque la realidad en la que nos desenvolvemos hoy, es totalmente ajena a lo que nos tratan de vender hábilmente. No olvidemos que la demagogia, es el mensaje convincente que, en tiempos electorales, fluyen de la boca de los candidatos para alienar el sentido común de sus receptores y lograr conseguir su voto.
Alexis de Tocqueville, dejó escrito que, la calidad de una sociedad democrática puede medirse por la calidad de las funciones desempeñadas por los ciudadanos privados. La primera de esas funciones es la participación en la discusión y el análisis de los asuntos de interés común, lo que hoy llamamos el debate público. En una sociedad sana, los problemas se discuten abiertamente, con objeto de examinar opiniones y puntos de vista diversos y, a partir de ellos, encontrar la solución mejor o la más viable.
Así pues, la calidad de los debates públicos es también un indicador de primer orden de la calidad de esa sociedad, de su nivel intelectual, de la capacidad para resolver los conflictos entre los legítimos intereses particulares y el bien común, y también del grado de activismo de esa sociedad, es decir, de la fortaleza y vitalidad de lo que hemos dado en llamar sociedad civil, que no es otra cosa que el conjunto de individuos, instituciones y asociaciones que deciden aportar ideas y argumentos al debate público.
Pues, si no hay debate público sobre las propuestas, todas se reducen a simples buenas intenciones; buenas intenciones de las que el pueblo ya este cansado. Como soñar no cuesta nada, esperamos que el CNE estructure un debate entre los dos contrincantes, para despejar las múltiples incógnitas que tenemos los ecuatorianos sobre temas trascendentales que hay que dilucidarlos a la luz de la razón y de la realidad presente, sobre las propuestas de campaña, de uno y otro finalista. Por ello que solo la educación del pueblo salvara al pueblo.